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2 de febrero de 2011

Huyendo del mediodía

El muchacho baja las escaleras del establecimiento, los lentes oscuros caen sobre su nariz en un gesto improbable, ahí lo acoge el sol, el canto del zopilote , él mira distraídamente la calle, ya pasa un perro. Espera pensando en los versos de la media tarde, recargado en el muro de cal. No hay nadie, pasan solo por la banqueta algunas sombras apresuradas huyendo del mediodía.

Enciende un cigarro, los brazos mestizos y desnudos. Un lobo viejo lo saluda sin mirarlo, inclinando apenas la cabeza, murmullando. Tira el cigarrillo y se encamina por la banqueta ya sin sombras. Es talvez la hora de la siesta, se oye solo el grito ahogado por la luz hirviente, de un niño que juega en un patio lejano.

Una cuadra más lejos , se aventura a la puerta de una cervecería vacia, se queda en el alfeizar y mira al otro lado de la calle. Lo agurarda con la mirada en la otra acera un hombre, la cara oculta por la sombra de la tejana. El muchacho enciende otro cigarro y baja la mirada. Fuma impasiblemente, una niña sale un instante por la puerta buscando un perro, él vuelve la mirada al hombre de la tejana. La niña vuelve a pasar por la puerta dejando un rastro de luz en la sombra de la cervecería.

Tira la colilla, y cruza la calle, el hombre no está. En su lugar solo el perro flaco que buscaba la niña. No era, se dice a él mismo, mientras tantea su bolsillo. Un camión de pasajeros pasa, le hace señales para que se detenga, lo hace unos metros más lejos. El hombre obeso maneja el camión ya destartalado, solo una vieja y un niño pequeño dormitan en uno de los asientos. El muchacho se llama Emilo.

La anciana y el niño bajaron algunas paradas antes. Ya se alejan de la ciudad. El hombre obeso le dice que no va más lejos . El baja con pereza. El camión desaparece empolvando el camino. Emilio se sienta a la sombra casi imperceptible de una palmera envejecida….